martes, 8 de mayo de 2012

Sobre la carrera espacial privada

Los que habéis seguido este blog desde hace algún tiempo sabéis que abogo abiertamente por la conquista del espacio mediante inversión privada. Entiendo que el camino que se siguió a lo largo del siglo XX fue el adecuado, en ese momento, pero de igual forma me parece que ha quedado obsoleto y que ahora es mayormente inviable. La carrera espacial fue la parte positiva de un conflicto que pudiera haber desembocado en el exterminio total de nuestra especie los unos a manos de los otros, pero afortunadamente nos quedamos con la mayor parte de las cosas buenas, y dejamos atrás parte de las discrepancias y ganas de enfrentarnos a la primera de cambio. El lado negativo es que también se perdió esa necesidad nacional que tenían ambos bloques de demostrar que eran mejor que el de enfrente en el campo más espectacular de todos, el del espacio.

Las décadas posteriores a la Guerra Fría vieron el surgimiento de otro tipo de inversión nacional, mucho más distribuida geográficamente, menos dependiente del impulso norteamericano o ruso, y con una finalidad más puramente científica y menos orientada a presumir y alardear: los robots exploradores en Marte, las sondas por todo el sistema solar, los telescopios en órbita, la estación espacial internacional, la búsqueda de exoplanetas e inteligencias extraterrestres,… y la lista sigue. Pero el modelo está cambiando, y las propias debilidades inherentes al mismo, a saber, la inconstancia de un esfuerzo que depende a partes iguales de la voluntad política y de la coyuntura económica, son las que le han dado una serie de estocadas fatales que cada vez son más evidentes.

La nueva etapa tiene un modelo netamente distinto. Si bien está orientada a obtener beneficios científicos, éstos a su vez están enfocados hacia un rendimiento económico cuanto más inmediato, mejor. Y es que no es para menos, ya que nadie invierte su dinero, y en menor medida su tiempo, si no espera obtener algún beneficio de ello: incluso para los filántropos se entiende que en sus donaciones existe un beneficio, aunque sea diferido en el tiempo y no les afecte únicamente a ellos. Así, nos encontramos con un nutrido y variado grupo de aventureros en el sentido más habitual de la palabra, de gente que arriesga gran parte de lo que tiene, salvo quizá la vida, por una meta que puede resultar, en primera impresión, una utopía: multimillonarios que han llegado a ese punto por los más diferentes caminos, pero que ambicionan llegar aún más lejos, y darle un fin a tanto dinero que no sea estrictamente caritativo. Están en su perfecto derecho, y cuentan con mi humilde admiración. A su lado, un no menos numeroso grupo de emprendedores y técnicos, especialistas de amplia trayectoria y gran entusiasmo, guían las riendas a un nivel más cercano al suelo, más práctico, para que los proyectos lleguen a puerto.

No es de extrañar que el capitalismo, sistema económico con sus propios fallos e injusticias, permita crear este modelo de exploración; si hay un posible retorno de la inversión, sólo es cuestión de buscar la fórmula que permita maximizarlo hasta que sea aceptable: mayor rendimiento a base de poner menos dinero para conseguir más beneficio. Y la única forma de minimizar el efectivo involucrado, es usar la cabeza, que es algo que afortunadamente nuestros antepasados en las llanuras de África aprendieron a hacer, por la cuenta que les traía.

Hasta ahora, esta incipiente carrera espacial ha consistido en los primeros intentos de crear naves espaciales reutilizables que pudieran llevar a alguien allá arriba y traerlo de una pieza. Aquí hemos visto a Peter Diamandis, emprendedor, como promotor del Ansari X Prize, que contó con el apoyo monetario de los hermanos Ansari, dos acaudalados empresarios iraníes. O a Burt Rutan, como diseñador del aparato ganador del premio, junto con Paul Allen, uno de los fundadores de Microsoft. Eso, sin contar a todas las empresas que compitieron por el premio sin conseguirlo, pero que obtuvieron sus propios rendimientos en forma de desarrollos que se pueden explotar perfectamente, ya sea desde técnica aeroespacial hasta electrónica o ciencia de materiales. Otra aplicación privada de la tecnología la veremos en breve con el lanzamiento de la cápsula Dragon, de SpaceX, con destino a la estación espacial internacional, usando los cohetes Falcon diseñados por ellos mismos. Así se pretende dar relevo a los desaparecidos transbordadores para llevar tripulación y carga a la estación, contratando a empresas con la capacidad de lograrlo.

Por fin se está dando otro paso más, y resulta infinitamente más lógico de cara a beneficio económico que ir a la Luna o a Marte: pensar en minar asteroides. A estos efectos recientemente se ha constituido la empresa Planetary Resources (lit. Recursos Planetarios), que tiene el objetivo declarado de actuar como punta de lanza para la exploración espacial y la explotación comercial de los materiales que se encuentren. Y no son cuatro chalados simplemente: se trata de cuatro chalados ricos, que es un importante matiz: allí están los dos fundadores de Google, Larry Page y Eric Schmidt, una de las grandes figuras de Microsoft, Charles Simonyi, y el director de cine James Cameron. Ellos pondrán el dinero, y contarán con la estrecha colaboración de algunas figuras científicas de primer nivel, como Christopher Lewicki (jefe de vuelo de las misiones a Marte de la NASA Spirit y Opportunity), Mark Sykes (especialista en asteroides), Sara Seager (exoplanetóloga del MIT) o John Lewis, que lleva hablando de la minería de asteroides desde hace décadas.

El plan de la empresa parece bien estructurado, en tres fases progresivas: una primera que consiste en poner en órbita telescopios con la labor de buscar los objetivos mineros más idóneos. Esto es fácil de hacer, y en pocos años estarían operativos. La siguiente fase, más cara y que llevará más tiempo, implica mandar sondas a los asteroides seleccionados para mapearlos en busca de minerales útiles. La tercera, la más costosa en tiempo, dinero y esfuerzo, sería naturalmente extraer esos materiales y llevarlos a donde fueran necesarios (esto podría hacerse al revés, primer moverlos y luego extraerlos), y es la que menos se ha detallado, pero indudablemente la que proporciona rendimiento, idealmente para la próxima década, que como quien dice, y a estas escalas, es pasado mañana. No aparenta ser una mala planificación.

Las dos primeras fases son complejas, aunque casi rutinarias porque ya se han hecho antes, por ejemplo en la misión japonesa Hayabusa al asteroide Itokawa. La tercera es el auténtico reto técnico y económico, y plantea algunas dudas en varios niveles.

Por un lado, tecnológico: ¿extraemos los minerales allí, o movemos las menas a la Tierra para refinarlas en casa? Todo dependerá de que se desarrollen métodos eficaces de hacer esas operaciones en gravedad reducida y sin atmósfera ¿Movemos el asteroide cerca de la Tierra antes de hacer nada para facilitar su uso? No es complicado moverlo, y se podría buscar algún punto para estacionarlo a una distancia asequible y estable, pero habría que tener en cuenta efectos colaterales, como el tirón gravitatorio extra o de menos en su entorno, que podría afectar a otros cuerpos de formas imprevistas y traer a nosotros un visitante inesperado con ganas de palmearnos la espalda con excesiva fuerza. ¿Sería minería automatizada o humana? ¿Habría gente viviendo allí permanentemente para supervisar incluso en caso de minería robótica? El primero es un problema técnico, pero el segundo es humano, ya que nunca nadie habría ido tan lejos, estado tanto tiempo en el espacio, y esperemos, regresado: como sabemos, no estamos hechos para vivir en ingravidez y fuera de la protección de nuestra atmósfera, al menos no por mucho tiempo.

Otros problemas son de corte económico, claro: ¿qué materiales son más rentables para minar, y cuáles son más abundantes? Una muy divertida que citan aquí es ¿cómo afectaría la entrada de grandes cantidades de, por ejemplo, platino, a la economía mundial? El precedente del imperio español y el oro de América es claro.

Pero quizá los más inquietante son los legales, especialmente teniendo en cuenta que el Tratado del Espacio Exterior prohíbe taxativamente reclamar propiedad sobre cuerpos celestes. ¿Si llegas a un asteroide es tuyo? ¿Se pueden apalabrar desde la Tierra? ¿Ante qué organismo se podría hacer algo así? ¿Lo que mines pasa a ser tuyo? ¿Y si te lo traes a órbita de la Tierra qué, pasa a ser otro satélite artificial y por tanto propiedad de alguien? ¿Pertenecerían al país donde radica la empresa propietaria? Eso podría dar lugar a problemas de soberanía de esos que tanto nos gustan a los humanos. Pero probablemente la pregunta más fácil de plantear sería ¿y si nos deshacemos del tratado o lo actualizamos? Porque no deja de ser un papel firmado durante la Guerra Fría (que como ya hemos visto, quedó atrás) para un contexto donde resultaba razonable legislar el espacio de cara a prohibir el uso de armas nucleares y otras lindezas. Darle un buen lavado de cara facilitaría el progreso técnico y económico, y a la larga sería reconocido como otro hito más en nuestro camino a ser una especie interestelar.

En fin, lo cierto es que, y a riesgo de repetirme porque es algo que digo a menudo, este va a ser un siglo realmente interesante.

Y ya que has sido capaz de llegar hasta aquí, una pregunta más: ¿tú que opinas?

3 comentarios:

  1. Si el Tratado del Espacio Exterior supone un serio obstáculo para este proyecto espero que dicho tratado sea reformado o,llegado el caso, ignorado sin más.

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  2. El dogma neoliberal aplicado a la conquista del esapacio.... joder con los pesaos del pensaniento único, están hasta en la sopa.

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  3. esto se publica o qué?

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