Este fin de semana pasado se me ocurrió ir al cine a ver la última de Roman Polanski, Un dios salvaje. Esta adaptación de una obra de teatro transcurre en el salón de una familia de clase media, cuyo hijo ha tenido una pelea con otro chaval en el parque, el cual le atizó con un palo a consecuencia de cualquier chorrada, cosas de críos. El matrimonio del hijo apalizado recibe a los padres del niño agresor, para intentar zanjar el asunto como las personas civilizadas, modernas y pacíficas que son, y para dar un ejemplo a sus hijos de civismo y buenas maneras. Pero conforme avanza la película, pequeños detalles y comentarios de unos y otros, unidos a la naturaleza de los cuatro protagonistas, hará que lo que empezó como una cortés visita acabe con todos ellos expresando a voz en grito sus verdaderos pensamientos, y pasando, en sus propias palabras, el peor día de sus vidas.
La película transmite un mensaje con el que ya me había encontrado, tanto por internet y en distintos libros, como a fuerza de distintos choques frontales con otras personas: seguimos siendo, básicamente, animales, y nuestros instintos más primarios y las tendencias que adquirimos cuando nuestra especie se empezó a forjar en la sabana africana siguen estando ahí, por más que nos empeñemos en negarlo, y hagamos ver lo mucho que eso nos ofende cuando nos lo dicen.
Cuando llegamos a una confrontación con alguien, es extremadamente difícil y se requiere una mente muy entrenada para no dejar salir nuestro lado más salvaje: si no controlamos a este mono interior, llega un punto en que no sólo no nos vale con tener razón, sino que hay que vencer, machacar y destrozar al contrario, hay que dejar claro que nos encontramos en una posición dominante, que el territorio es nuestro, y que somos mejores. ¿Cuántas veces una vulgar discusión no acaba tocando la fibra sensible de uno y decimos auténticas barbaridades dejándonos llevar por el mono interior? Por suerte la carga social en contra de la violencia física es muy alta, y cuesta mucho que en una situación normal se llegue a ese extremo, pero hay muchas otras formas de hacer daño al enemigo, y nos cuesta poco hacer uso de la falacia, la ironía, el sarcasmo, el insulto, la difamación,... con el único pretexto de dejar claro al otro y a toda la audiencia quién manda aquí.
Decía Phil Plait en una conocida intervención suya frente a una audiencia, al hilo de la forma de enfrentarse con gente que tiene posturas muy firmes pero encontradas con las propias, que no se debe ser un capullo (don't be a dick), y lo ilustra preguntando retóricamente cuántos de los presentes cambiaron de postura en una discusión porque su interlocutor les insultó, les ridiculizó frente a otros, o pisoteó sus palabras.
En la película, vemos cómo los comentarios maliciosos de unos y de otros, y la necesidad inconsciente de otros y de unos de dejar claro que es mejor que el de enfrente, de intentar aleccionar al contrario, (incluso dentro de las propias parejas, cuando avanza la cinta) hace que se digan cosas desagradables, con la única intención de herir psicológicamente al otro. Creo que esto podemos verlo casi a diario en cualquier situación cotidiana, y es una pena, sobretodo porque puede ir a más, y el mono interior puede romper las barreras de la correción social y volverse realmente violento si se dan las circunstancias, o esos muros son especialmente finos.
Tampoco es raro encontrar (y seguro que algún conocido te viene a la mente, yo recuerdo aquel tipo que conocí una vez hace años...) a esa persona que debe en todo momento dar la puntilla, hacer el comentario que deja claro que lo que te ha pasado a tí no le pasaría a él, que eso él ya lo sabía, o que si tú conoces a alguien que hace X, él conoce a alguien que hace X además de Y... De nuevo, la necesidad de establecer con claridad que se está por encima, que se es el mono dominante.
Mi opinión al respecto es que todos deberíamos ser conscientes de este hecho, y aceptar que en ocasiones estas reacciones son naturales; pero no por naturales son más aceptables y deseables en la sociedad moderna. Somos monos, no ha habido ningún cambio evolutivo de gran calado desde aquella época en nosotros: cuanto antes lo asumamos, antes podremos controlarlo. Y con ello, todos los problemas del día a día que nos acarrea.
¿Y tú que piensas?
miércoles, 30 de noviembre de 2011
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Para criticar lo sublime, hay que echar una piedra en el ojo. Creo que obviamos que el hombre en muchas ocasiones es MÁS violento que cualquier otro animal. En caso de discrepancia, de conflicto, es rara la ocasión en que los animales de una misma especie llegan a una agresión. Posiblemente seamos más agresivos que nuestros parientes primates, sólo que nuestra vida en sociedad nos ha ayudado a evolucionar socialmente, y saber controlar nuestros impulsos en pro del bien común, que por otra parte (gen egoísta), redunda en nuestro beneficio.
ResponderEliminarPues la verdad es que sí, que debemos ser más belicosos que muchos animales, y como además tenemos más medios y más inteligencia para ponernos violentos, pues luego pasa lo que pasa.
ResponderEliminarNo estoy seguro, pero la vida en sociedad, más que un gen egoísta, sería un meme egoísta ;-) que nos beneficia, pero no se transmite biológicamente. Tengo que releerme ese capítulo de Dawkins cuando vaya por casa, que lo tengo allí...