Cuando el dios Om decide descender al mundo, descubre que su poder se ha reducido grandemente y que a pesar de la gran jerarquía eclesiástica (o más bien debido a ella) que se ha formado en torno a su religión, sólo le queda un creyente verdadero, Brutha, un joven novicio con una fe ciega y una memoria portentosa. Om, en lugar de un gran toro o cualquier otro animal imponente, aparece en forma de tortuga terrestre, y encima tuerta. El azar y un águila hambrienta le hará llegar junto su creyente, lo que llevará a este a un viaje de profundo aprendizaje y a cumplir un importante destino.
La religión en el país de Omnia ha desembocado en una teocracia que mediante la "Quisición" extiende en terror sobre sus súbditos, así como dogmas que afirman que el mundo es esférico y gira en torno al Sol; esta creencia se verá desafiada por la "loca" teoría de un filósofo de Efebia, un país vecino, que afirma que el mundo es un disco que viaja por el universo sobre cuatro elefantes encima del caparazón de una gran tortuga (que es exactamente la realidad en este caso), y que será el germen de un movimiento de herejes que defienden que "La Tortuga se mueve".
El libro está lleno de toda clase de referencias y disparates varios, como es de esperar en las obras de Pratchett. Para muestra, algunos de ellos:
- Es absolutamente normal que un filósofo corra mojado y sin ropa por las calles de Efebia por salir apresuradamente del baño para verificar alguna nueva idea filosófica al instante, en referencia a Arquímedes.
- Cuando el filósofo que propone la teoría de la tortuga se enfrenta a la Quisición, encontramos una curiosa parodia invertida de lo que le ocurrió a Galileo.
- La diosa efebiana de la sabiduría tiene como ave de compañía un pingüino porque cuando un pésimo escultor le hizo una estatua, no supo hacer correctamente al búho, y esto caló tanto en el acervo cultural, que la propia fe de los creyentes cambió: en el Mundodisco, la fe de la gente tiene mucho poder sobre sus dioses.
- En Efebia, los ateos son fulminados por rayos, ya que a los dioses les encanta poner a prueba su puntería con ellos.
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