lunes, 29 de noviembre de 2010

Autobiografía de Charles Darwin

Hace una temporada estuve en el Cosmo Caixa y al salir, pasando por la tienda de regalos, el dependiente me ofreció una discreta versión de bolsillo de la autobiografía de Darwin gratis junto con el marcapáginas que había comprado. No he leido el Origen de las Especies, ni creo que lo haga en breve, después de haberme leido El gen egoísta, que actualiza algunos aspectos y me parece más atractivo. Quizá por eso me ha interesado este librito, ya que en general la obra de Darwin es algo que conozco de segunda o tercera mano, y siempre es interesante saber algo del autor en sí.

Leyendo el relato, no demasiado corto, que no fue escrito para ser publicado, sino para sus hijos, que convenientemente retiraron todos los fragmentos demasiado privados y lo publicaron más adelante, uno ve que Charles Darwin fue una persona normal, con sus cosas buenas y sus cosas malas, como todos. Resulta refrescante ver cómo habla de su inquieta juventud, de lo pronto que le fascinó la ciencia y de los mentores a los que eso se debe; de su insaciable curiosidad y tremenda meticulosidad a la hora de investigar y tomar notas de todo. Es sorprendente leer que el trascendental viaje en el Beagle, que le permitió realizar las observaciones que luego definirían su gran obra, dependiera de hechos totalmente casuales y hasta triviales.

Uno de los datos más interesantes, que no conocía, es probablemente el hecho de que Darwin no fue nunca "un hombre de un solo libro", sino que a lo largo de su carrera publicó muchos tomos que alcanzaron un éxito más que respetable: sobre arrecifes de coral, sobre fertilización de flores, sobre plantas carnívoras, sobre el movimiento de las plantas, sobre la geología de las zonas que visitó, y algunos libros más profundizando en su teoría de la evolución, como uno aplicado directamente al ser humano.

Como todo el mundo, Darwin también tenía su pequeño ego, y en más de una ocasión admite que lo que buscó durante gran parte de su vida fue no sólo aportar su granito de arena al saber colectivo, sino publicar obras que alcanzaran el respeto y reconocimiento de los demás científicos. Finalmente, quiero cerrar con un fragmento del libro:

Mis libros se han vendido mayormente en Inglaterra, se han traducido a muchos idiomas, y han tenido varias ediciones en países extranjeros. He oído decir que el éxito de una obra en el extranjero es la mejor prueba de su valor duradero. Dudo que esta afirmación sea digna de mi confianza, pero a juzgar por ese patrón, mi nombre debería perdurar por unos cuantos años.

Probablemente su nombre perdurará mientras exista nuestra especie, por habernos abierto las puertas a nuestros propios orígenes.

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